Es su sentido moderno, que en Bolonia a finales del siglo XVI, en la escuela de arte fundada por una familia de pintores, los Carracci. Hasta hace 40 años parecía que a nadie importaba el estudio de la caricatura, luego de que a mediados del siglo XX se dio un movimiento con la publicación de una serie de libros hoy convertidos en clásicos y prácticamente imposibles de conseguir, como el de Rafael Carrasco Puente, La caricatura en México (1953), el de Manuel González Ramírez, La caricatura política (1955), y el de Salvador Pruneda, La caricatura como arma política (1958) que reimprimió en 2002 el inehrm, así como los libros de José Guadalupe Zuno (entre 1959 y 1960). Después de ello, sólo Rius retomó ese tema.En los últimos 20 años la caricatura ha comenzado a tener una mayor presencia en los estudios, tanto académicos, en centros de investigación de todo el país como periodísticos. Sus decanos fueron Tomás Padró Pedret, Francisco Ortego Vereda (1833-81) y José Luis Pellicer, el segundo fue un excelente cronista humorístico de los tipos de su época y autor de sátiras políticas en el periódico El Fisgón. Sigue la pléyade de humoristas de las publicaciones del último momento del reinado de Isabel II y de las etapas sucesivas (La Gorda, La Flaca, Gil Blas), en los que la intención política, evidente, priva sobre la entidad artística del dibujo. Ya a comienzos de nuestro siglo, el gran caricaturista madrileño es Ramón Cilla (1859-1937), de indudable estilo. Después, se abre en la prensa española, diaria o semanal, toda una rica etapa de caricaturistas. Ya que es en la primera mitad del siglo XX en la que se consolida una especie de escuela española de caricatura teniendo entre sus exponentes a Luis Bagaría, éste trabajó junto a Opisso y Junceda en la célebre revista Cu-cut!.